Feliz Navidad

E Los O

Sabía que no sería fácil escapar de esta, me lo repetía una y otra vez, mientras miraba la prisión que me contenía, fuertes barrotes y un pesado candado cerrando la única puerta, un candado que cabía perfectamente en la palma de mi mano, pero como muchas cosas en la vida, la libertad y la condena se basaban en un simple y pequeño detalle.

Varios años viendo el siempre cambiante mundo desde mi ventana con cortinas de acero, había hecho amistades, entre ellos mi compañero de la celda de al lado, que mientras peinada su bigote, me decía tranquilamente: no será como estar libre, pero cuando llueve no te mojas y tenés la comida asegurada, sí, hay que salir y hacer una payasadas, dejar a todos contentos, pero con el tiempo te acostumbras y hasta te termina gustando.

Esa vida no era para mí, nunca dejé de extrañar ser libre, un plato de comida y un techo, no son nada, cuando para ello has tenido que dejar todo aquello que te definía, soy una imagen de mi mismo, la sombra de mi ser.

Cansado de todo, sabiendo que la vida marcaba mis últimos años me senté, como solía hacerlo contra la puerta de la celda, inesperadamente se abrió, alguien no había puesto el candado y oculto por una noche cerrada me alejé de todo, para no volver nunca más.

El sol de la tarde iluminaba mi cara marcada por el paso del tiempo, movía los dedos para apretar la tierra debajo de ellos, era mi tierra y quería sentirla, después de muchos años era feliz.

Mi versión de la canción "El Oso" de Moris.

Vulcano



Vulcano Dios Romano de la forja y el fuego

Y al amanecer le dijo...

Me gustaría poder decirle al oído que es hermosa,
mas mis palabras solo son silbidos en el aire.

Su piel cual seda, quisiera recorrer con mis manos,
mas mis músculos apenas pueden mecer las hojas.

Quisiera poder vivir por siempre en sus brazos,
mas mi esencia, olvidando a mi corazón, pasa sin dejar amarres.

Solo deseo un beso interminable donde el tiempo no corra,
mas me pierdo en giros, vueltas y caminos por ser.

Todo esto decía el viento al sol, mientras la miraba a ella.
Y ella sintió como una leve brisa, le movió suavemente pelo.

Diana



Diosa Romana de la caza y la luna.

El prestamista, parte II

Una tímida luz anunciaba el comienzo de un nuevo día, Samuel se levantaba en la matrimonial que un día había sido comprada llena de sueños y hoy solo era una cama con lugar extra para tirar la ropa, es más daba la posibilidad no tener que sacarla para dormir, solo correrla al lado vacío. Ayer se había quedado hasta tarde leyendo los informes, hoy quería ir a la casa de la víctima, hablar con su mujer y ver las cuentas, quienes eran sus mayores deudores.
Una gran casa con jardín frontal y un frente que había conocido mejores momentos, un timbre ronco y la voz entrecortada por el portero. A los pocos segundos una mujer de unos cincuenta años abrió la puerta, estaba visiblemente consternada, el contorno de su ojo izquierdo mostraba un color amoratado en la piel que la sombra no había sabido ocultar, lo invitó a pasar y él empezó con las preguntas que ella respondió una tras otra, según parecía Zulma, así se llamaba ella, no estaba al tanto de los negocios de su marido, sabía que tenía una libreta donde anotaba todo, pero aún no la había encontrado.
-¿Siempre le pego?
-¿Cómo dice inspector?
-El golpe del ojo ¿Es el primero? o ¿Hubo otros antes?
-No, no es el primero... respondió Zulma incomodamente. Pero nunca se me habría ocurrido matarlo por esto, siempre fue así, desde jóvenes, era un buen tipo pero cada tanto se enojaba cuando yo hacía algo, que no debía.
-¿Cómo que?
-No sé, contradecirlo en público por ejemplo, el sábado pasado había ido a una reunión y yo sin darme cuenta, dije que se había equivocado, me tendría que haber callado, no tenía derecho a hacerlo quedar mal.
-Veo, entiende que esto la convierte en sospechosa.
-Sí, pero no tengo miedo, siempre he amado a mi marido y lo haré, jamás habría ni levantado un dedo contra él, menos matarlo. Unas pequeñas lágrimas corrieron por su redonda cara.
-¿Qué estaba haciendo ayer a la madrugada?
-Me acosté temprano, me dolía la cara y estaba demasiado cansada como hacer algo más.
-Hay testigos.
-La chica que me ayuda en los quehaceres de la casa se fue a las siete de ahí en más estuve sola.
-Gracias con eso por ahora me basta, seguramente se la llame a declarar.
-Inspector no tengo problema en declarar las veces que haga falta, pero usted prométame que encontrará a quién hizo esto.
-Se lo prometo.
-Virginia lo acompañará a la salida. Una chica de gesto humilde se materializo, parecía venida de ningún lado, sus pasos podían vencer la madera y eran sordos a diferencia de los suyos que retumban, lo despidió con un gesto y una imperceptible sonrisa, y él sintió que el cielo se había apiadado de su alma y le había enviado un ángel y darle una caricia a su áspera alma. Todavía estaba consternado cuando vio un hombre apoyado contra su auto, apoyo la mano contra el revolver y se acercó.
-¿Es usted de la policía? Comenzó a hablar el extraño, un hombre alto cerca de los sesenta, flaco y de gesto duro.
-Sí...
El extraño movió la mano rápidamente y Samuel sacó el revolver y se lo apuntó en la cara, el hombre entendió su error.
-Disculpe oficial, no quise generar este mal entendido, solo le quiero dar este cuaderno.
-¿Y qué es ese cuaderno? respondió el inspector mientras no dejaba de apuntarle.
-Son los deudores que tenía el Señor Sánchez, yo trabajaba con él.
Guardando el revolver, Samuel tomó el cuaderno en sus manos y miró lo que parecían improvisados asientos de contabilidad. Donde figuraba cada nombre y cuanto debía.
-Al final están las direcciones de cada uno. Anotaba todo ahí, él decía que era su seguro de vida, el hecho de tener a cada uno anotado, disipaba sobre sus deudores la posibilidad de matarlo y no estar vinculados con su muerte, seguramente debe haber más de una copia, aseguraba que tener solo uno no bastaba.
-¿Su nombre?
-Arturo Chevez, lo conocía desde chico, nos criamos en el mismo pueblo, hace poco vine a la ciudad y él me dio trabajo.
-¿Que trabajo?
-Asegurarme que la gente pague.
-Entiendo ¿Dónde vive, quizás luego deba interrogarlo?
-Paro en la pensión de la vuelta, en el cuaderno esta mi celular.
-Gracias, estaremos en contacto.
-Hasta luego inspector.
Samuel repasaba los cientos de nombre del cuaderno, Walter habría encontrado a datos a través de internet y otras fuentes datos sobre la mayoría de ellos, él no era muy bueno en eso. Aunque había un nombre que se repetía varias veces Kratos. Iría a visitarlo le debía mucho dinero y hacía unos meses había dejado de pagar.

El prestamista.Saga Inspector Samuel Hermes

Es un caso raro Walter, dijo, pero Walter ya no estaba y el eco de sus propias palabras retumbaron en el ambiente de la morgue.
-¿Dijo algo Inspector?
-No... disculpe Doctor, pensaba en voz alta.
El cuerpo de un hombre yacía sobre la mesa de autopsias, era fornido y de baja estatura, de aspecto intimidante, de esos que no dejan matar fácilmente, a pesar de eso, hoy investigaba su asesinato, lo habían encontrado hace unas diecisiete horas en un descampado en las afueras de la ciudad con dos tiros en la cabeza.
Samuel miraba el cuerpo, su cara y su semblante de calma eterna, esperaba que de un momento a otro abriera su boca y dijera todo, aunque sabía que no iba a ser así, nunca es así, por lo menos en homicidios, la víctima se lleva gran parte de la historia a la tumba, como fotogramas robados de una película, que solo la investigación, las noches sin dormir, las interminables charlas con su compañero compartiendo unos mates podían reconstruir. Como iba a hacer ahora si él, Walter era el que revisaba los informes, el más técnico de los dos. Él era más instintivo, era el que desestabilizaba la balanza para buscar esas respuestas que se ven a simple vista, hoy solo, no sabía ni siquiera como armar la balanza. Walter había dejado la fuerza y reinsertado en la policía provincial de su pago natal, había venido a la capital de joven, quería ser policía, ayudar a construir un país mejor, perseguir a los peces gordos, para eso nada mejor que empezar en la ciudad. Pasaron los años, los peces gordos seguían en su océano, mientras nosotros pescamos mojarritas en la laguna, conoció una hermosa joven estudiante de los últimos años de medicina, casualmente coterranea, luego vinieron los niños y la vida a las corridas, así fue que después de mucho debatirlo, decidieron volver al interior donde tenían familia, y un futuro que prometía paz.
-¿Hay alguna pista? dijo el médico forense mientras completaba la planilla.
-No, no es pronto aún, para que era prestamista, seguramente va a ver una importante lista de sospechosos. Respondió Samuel volviendo de sus pensamientos a la realidad.
-Nada mejor que un caso complicado, para despejar la cabeza de los tortuosos pensamientos.
-Muy cierto doctor, usted como hace para no pensar, digamos que sus compañeros de trabajo no son muy habladores.
-Ja ja ja es verdad, pero déjelos así Hermes, calladitos, a ver si un día empiezan a hablar y después vienen los medios con sus cámaras, móviles y demás, a complicarme la vida, si habría querido hablar todo el día en el trabajo, habría sido ginecólogo. El médico estalló en carcajas que su pesado, que grandote y pesado cuerpo parecía magnificar.
-Tiene toda razón doctor. respondió Samuel también entre risas. Tomó los informes, saludo al todavía sonriente médico y se retiró.
La casa del inspector era un humilde departamento que daba al pulmón del edificio, con el termo de compañero y una casi inaudible música se puso a la leer todo lo que había sobre el caso hasta el momento, no quería perder tiempo, así podría ya el día de mañana estar haciendo las primeras averiguaciones.

Muestra



Esta es una muestra de una las cinco páginas que integran una fábula recién terminada. Esta abierta la época de negociaciones, cualquier interesado en su publicación, tenga a bien contactarme.
¡Desde ya muchas gracias!

Giros, vueltas y calles

El aire pesado, mezcla de cientos de cigarros fumados y miles de historias contadas que aún no se habían decidido a dejar el ambiente, todavía giraban sobre las cabezas de los contertulios ahí sentados, carcajadas y penas de alcohol, daban al tango que sonaba de fondo vida, tanto así que todos sabían que estaba sentado en aquella silla, aquella que nadie se sentaba, por que era suya. Había entrado la noche hace varias horas, aunque en aquel bar, raro era que entrara el día, solo noche se sentía cómoda en él, de día se podía ver miles de personas que pasaban tomaban algo y se iban, personas ocupadas y ajenas, que lo mismo le daba un asiento que el otro, seguramente corrían detrás o adelante del tiempo, para matarlo o ganarlo, pero como todos sabemos el único que gana siempre es el tiempo.
Así en esa noche fría, Marcos tomó su cuaderno saludo a los muchachos, se ajustó el gabán y salio, lejos del calor interno, el viento de la calle laceraba la piel desnuda, esa que no había sabido esconderse debajo de la ropa, el caminante apuró el paso todavía faltaban varias cuadras para llegar.
Cruzó esa calle, esa que no le gustaba cruzar, algo ahí no estaba bien, no daba exactamente confianza, y su cuaderno, cual trampa minuciosamente plantada, resbaló, debía girar y recogerlo ahí donde nunca habría querido frenar.
Un hombre tenía el cuaderno en su mano, ya lo había abierto y lo estaba leyendo.
-Disculpe me lo devuelve, dijo Marco, no con la seguridad que le habría gustado decirlo.
-¿Es tuyo? ¿Son tus letras? La penumbra lo escondía, su voz sonaba vivaz, pero tenía una forma de rematar las frases que hacía que se helera la sangre.
Marcos asintió con la cabeza.
-Sabes que para escribir bien muchos han hipotecado su alma.
-Yo lo he hecho.
-Ah sí
-Sí a la musa que amo. Ella que borra toda nube de mi cielo, que logra hacerme escuchar la más bella música solo con mirarla y que es dueña de cada palabra del cuaderno que tienes ahora en tus manos.
El extraño le arrojo el cuaderno, giro sobre sus tobillos y rápidamente desapareció en la noche.
Marcos corrió hasta su casa, pero no lo hacía por el miedo, sino por que tenía mucho que hacer.
Abrió la puerta de su humilde casa, su gato vino a darle la bienvenida y él le respondió con un rápido saludo en la cabeza, no podía perder tiempo. Prendió la luz de su pequeño velador y en la soledad de su pieza se puso a escribir.
Al otro día antes de bajarse del colectivo, le dio una carta a una hermosa mujer con la que había compartido cientos de viajes pero nunca se había animado a hablarle.
Hoy Marcos espera el colectivo en la parada de siempre, lleno de incertidumbre por saber si a su musa le gustó su regalo.