Dar Vida

Ellos

Partía el servicio a Bahía Blanca de Constitución, no con muchos pasajes vendidos, de entre las ventanas que tiene la formación, en una de ellas un hombre de unos cincuenta y largos años, mira con cierta tristeza el paisaje, al lado su mujer lo abraza y le dice: Para mí también es duro, pero no podemos seguir así casi te matan, él asiente con la mirada mientras recuerda la zapatería donde había trabajado los últimos veinticinco años y ahora había tenido que vender, pensaba en lo duro que iba a ser reabrir la de su padre que llevaba un lustro cerrada, cuando de repente las imágenes del asalto interrumpieron en él, como aquel día los malvivientes en el local, recordaba el miedo de que dañen a su mujer, por suerte su hija hacía años que residia en España y no tuvo que vivir todo eso, fue ella la primera en decirles que vendan todo y vuelvan a Bahía, él sabía que en este momento de su vida no necesitaba una grandísima ciudad con grandísimos problemas, sino aquellas calles que lo habían visto crecer, necesitaba estar en casa, en ese mismo momento su mujer lo abrazó fuerte y como si de una conexión mental se tratara le dijo suavemente al oído: yo también quiero ir a casa. La alegría habría sido total si no fuese que la herida le volvió a doler devolviendo las imágenes del robo, como revolvían toda la zapatería en busca de dinero, le exigian más mientras él intentaba explicarles que había sido un día muy malo y era lo único que había, al final se fueron, pero le dejaron de recuerdo un tiro en el estómago, mucho había costado reponerse, muchas operaciones y muchos sustos y corridas, las santas manos del doctor que sin saber bien porqué aún no había podido agradecer.


Ella

Dos asientos más adelante sobre la otra fila, mirando por la ventana su anverso del paiseje, se encontraba una chica de unos veinte años, hasta hace unos pocos meses estaba segura de todo, de haberse ido de la casa, de juntarse a vivir con su novio, pensar que todo había pasado tan rápido, su padre Maestro mayor de obra trajo a comer un día a la casa, a este chico que hacía poco había llegado de Jujuy y era un trabajador incansable, su padre siempre había tenido un corazón gigante y ella una forma de meter la pata única, así empezaron los encuentros furtivos que terminaron con el embarazo, por un momento había creido que su mundo se venía abajo, pero su padre lo tomó mejor de lo que esperaba y con su novio decidieron forman una familia y empezar a construir en el fondo de la casa paterna, su morada.
Las discusiones tienen por costumbre despertar viejos fantasmas dormidos, olvidos y acciones involuntarias que marcaron heridas que nunca cerraron en nuestro recuerdo, así entremedio de gritos y llantos se habla más de lo que se quiere, estos chicos que se encontraban enfrente de un nuevo mundo, tenían tanto para decirse, tanto habían callado, que era inevitable ese momento, eso nunca lo hace menos doloroso.
Aún con las lágrimas en las mejillas llegó corriendo a la estación y pidió un boleto en el primer tren que salia, necesitaba alejarse de todo, aunque lo que más habría querido era alejarse de ella.
Cuando un desperfecto obligó a detener el tren a medio camino y el mundo se volvió vertiginoso, entendió que estando tan cerca del parto, era una locura emprender un viaje, pero ya era tarde para pensar.

El

Cruza la puerta del vagón, esperando encontrar un lugar en silencio, donde poder tener unos horas de sueño, éste que últimamente le era tan esquivo.
Una pareja corria mientras se escuchan los gritos de una chica detrás de un asiento, para su entrenado oído indicaron precisamente lo que pasaba. Corrió instintivamente hasta encontrarse con ella, una joven que en cualquier momento daría a luz, con una mano segura pero llena de comprensión corrió a la señora que intentaba ayudar mientras le explicaba aquello que necesitaba que consiga, como también lo hizo con el hombre que con paso lento se dispuso a ayudar.
El tiempo pasaba en cámara lenta, mientras iban llegando los improvisados utensillos para llevar a cabo la tarea y los curiosos se querían acercar a presenciar el nacimiento, aquel hombre de paso lento, con la voz de los años supo mantener a la gente que solo quería asistir al expectáculo, lejos para evitar moléstias.
El tren milagrosamente empezó a andar, al mismo tiempo que un llanto cortó el aire del vagón, silenció las voces. El jovén de unos treinta y cinco años que había asistido en el parto, sostenia al niño en sus brazos, mirándo a este a la cara entendió que eso solo podía traer buenaventura y con cariño paternal dejó al recién nacido sobre el pecho de su madre.
El viaje llego a su fin rápidamente, no por que faltara poco, sino es que todos estaban demasiado ocupados para deternese a mirar el hipnótico paisaje. Al llegar a la estación una ambulancia esperaba a madre e hijo. La pareja junto al joven fueron a tomar un café al bar, mientras se contaban un poco sus vidas, él, que era o había sido médico, el sanatorio donde estaba se había encargado de hacerlo parecer culpable de la mala administración que había terminado con la vida de un paciente, pero había jurado que se encontraba con otro, una urgencia, pero nadie había apoyado su argumento, estaba en juego el prestigio de un médico importante y el nombre del sanatorio, mucha plata había influido en la memoria de todos aquellos que podían ayudar, cuando vió que ya no tenía oportunidad de ganar, dejo todo en manos del abogado y decidió irse por un tiempo a su Bahía natal, después de escuchar su historia el otro hombre le pregunta, la urgencia aparentemente existentente no será una herida de bala en el estómago, dijo mientras se levantaba la camisa y el médico abrió los ojos como aquel que se encuentra con un viejo amigo.