La noche ya había caído, una carreta lo esperaba afuera de la posada, pero no era una común, ya que la parte de atrás estaba recubierta de fierros, era una prisión móvil, cuando lo tiraron dentro de ella, todo encajó en su cabeza, habían descubierto el cuerpo del mercader y de alguna manera lo habían encontrado. Uno de los guardias, dijo sin mirarlo mientras subía en la parte delantera de la carreta, iremos a ver al capitán, el sabrá que hacer contigo, así comenzó el viaje, para Luther fue muy largo, seguramente la incertidumbre, lo hizo más de lo que fue, cruzaron un bosque y llegaron hasta la base se una montaña, una ubicación que le daba el marco perfecto al viejo fuerte, los colores de las caras de los guardias y soldados que salían y entraban de ahí, extrañamente tenían el mismo matiz que los lúgubres muros.
Salió de la carreta, más bien fue sacado con la misma amabilidad que cuando lo subieron, pensaba mientras caía al piso, luego del tirón, lo ayudaron a pararme de un salto, y empezó la caminata hacía el interior, la arcada de piedra y la vieja puerta de gruesa madera, daban la bienvenida, todo aquello se veía cada vez peor.
Ya adentro, en un costado estaban los que recién llegaban del campo de batalla, con la sangre cubriéndoles las ropas, los gestos desfigurados de dolor, el miedo en sus ojos y con la muerte tomándolos del hombro, en otro lado las armas huerfanas, que no tenían aún manos que las empuñen. Rodeado de ese panorama conoció a Samarie, el capitán Samarie, de grueso bigote y rostro anguloso, bastante más alto que Luther, se paro enfrente de él, le clavo la mirada, en ese momento se supo condenado a muerte, uno de los guardias que lo llevaba, dijo: El herrero señor. Samarie sin dejar de mirarlo dijo: Acompañeme, giró y comenzó a alejarse con paso rápido, era difícil seguirlo, dieron vuelta a todo el fuerte, hasta llegar a una vieja herrería. Samarie frenó en seco, y me dijo: aquí trabajará y dormirá, mientras cumple funciones en la milicia. Los guardias le informaran los detalles, así pequeña como la ve albergo a un gran hombre, algún día si tiene suerte llegara a ser la mitad de persona que su antecesor. El joven escuchaba lejanamente las indicaciones de los guardias le daban, estaba en otro lado, estaba saliendo aún saliendo de condena a muerte, y aceptando esta nueva vida.
Así se quede solo en la vieja y me derrumbada herrería, conocía todo lo que había en ella, de repente me sintió como en casa. Se acomodó en el viejo catre y durmió. Sabía que al otro día le esperaba mucho trabajo.