El olor a comida recién hecha, el olor a hogar esperándolo por todos los rincones, de esa vieja ciudad que poco tenía que ver con su pueblo pero que en ese momento podía sentir a toda su familia alrededor, casi veía a
Sara cocinando lentamente y a sus hermanos junto a su padre esperando impacientemente, hacía mucho que no pensaba en ellos cuanto tiempo había pasado, como la realidad había borrado muchas cosas, otras habían disminuido, la perspectiva también se aplica a la vida aquello que está lejos, es más chico, y si uno se aleja mucho desaparece. Con las ideas pasa lo mismo, en la distancia son chiquitas, son inofensivas, solo cuando uno esta a su altura entiende las consecuencias, ahora que la idea de estar solo contra el mundo era real, parecía mucho más importante y fuerte que antes, aunque no llegaba a amedrentarlo, sabía que debía seguir, y así lo haría.
Sin darse cuenta se había adentrado en la ciudad, los gruesos muros de piedra escondían una pequeña plaza, con edificios que parecían importantes a su alrededor, era el lugar donde el orgullo de la ciudad residía, como suele pasar, sus miserias también. Partes de piedra en la calle, mostraban que no hace mucho tiempo atrás una batalla se había librado, algunos rostros indicaban que no era tan lejana. Seguía caminando, sus pies nunca se habían detenido, parecían ser llevados por una fuerza extraña, recorrían el lugar como si les fuera familiar, mientras tanto
Luther se perdía en la vista, la ciudad era gigante, todo le llamaba la atención le parecía fantástico, único a la vez le parecía mucho ruido, mucha gente, mucha indiferencia, otra contradicción al parecer inseparable.
Dio la vuelta por una pequeña calle, que salía a un costado de la plaza, era mucho más angosta que el resto, más íntima, no había mercaderes y el bullicio iba quedando atrás. Al poco tiempo se encontró en lo que parecía un lugar más pobre de la ciudad, una puerta abierta lo invitó a entrar. El olor a comida apareció nuevamente dando marco a una vieja posada, con una decoración que había soportado varios inviernos ahí colgada, siempre en los mismos lugares, rodeaba por un par de borrachos acodados en la barra, estaba ella, nada tenía que ver con lo que había visto hasta ahora, de una belleza única, aunque aplicada en sus quehaceres, un aire salvaje, casi animal la rodeaba, no podía hacer nada más que acercarse a ella, ya había caído en la trampa que sus ojos y más allá sus cabellos habían sabido fabricar. Soy
Luther y te quiero... le dijo, después de un incomodo silencio que ninguno de los borrachos notó, solo ellos dos lo percibieron, lo sintieron, el tiempo se había detenido para ellos, les había regalo sus segundos, hasta que él saliendo del transe completó la frase, ...te quiero pedir algo para comer, Cambiando drásticamente el ambiente, ella le respondió, tienes con que pagarlo, era una situación nueva para él, no se había preocupado aún por el dinero, en los días con el mercader, el se ocupaba de los gastos, ya que administraba la plata de todas las ventas hechas, inclusive las del muchacho, sin saber que hacer la miró con ojos de chico triste, ella le hizo un gesto que la siguiera hacía un costado de la barra, una vez ahí le preguntó: ¿
Sabés hacer algo?. Soy herrero, respondió él sin pensar, y se asombró de su respuesta. Está bien, te daré de comer y tomar, pero solo por hoy, después me acompañaras hasta el herrero de la ciudad, para ver si te da trabajo y vuelves a está posada mañana como un hombre de bien y no buscando limosna, has entendido, cerró ella de forma contundente la conversación, él solo atinó a asentir con la cabeza.
Durante la comida, siguió conversando con ella, contando un poco se pueblo y las cosas que habían pasado en estos días, solo aquellas que se podían contar, también rieron y por momentos solo se miraron. Cuando terminó su plato, y estaba por tomar él último trago, atravesaron la puerta dos guardias y con tono autoritario Preguntaron: ¿Hay aquí algún herrero? Uno de los borrachos que todavía quedaba en la barra y había escuchado la conversación entre los jóvenes, señaló al muchacho y dijo: Aquí hay uno.
Luther sin poderlo creer aún, vio como los guardias se acercaban, lo tomaron de los brazos y se lo llevaron, antes de cruzar la puerta, dio vuelta la cabeza y pudo ver como ella lo miraba. Una lágrima rodó por la mejilla de ambos.