Así los días pasaban, ya la historia había recorrido todo el pueblo y hay quienes hasta aseguraban que estos panes eran venenosos, por estar hechos con unos extraños hongos y el mercader era un loco, otros en cambio iban más lejos aún y aseguraban que esos panes estaban malditos.
Pasaba el tiempo y en el extranjero se notaba la cara de desesperación por vender, cuando alguno intentaba regalar, la gente salía espantada, hasta los muertos de hambre se jactaban de tener aún orgullo como para no comer esos panes.
Cuando el mercader estaba convencido de que se tendría que ir, frenó enfrente a el un lujoso carruaje, de donde bajo un distinguido caballero, se acercó al puesto, preguntó cuanto salía una hogaza, pago exacto por ella, la mordió, era su primer cliente y estaban todos mirando como sería su reacción, el silencio era increíble, nunca la calle había logrado eso hasta los caballos, habían dejado de moverse, entonces el caballero dijo: -Maravilloso. Rápidamente compro todos los panes que restaban en el puesto y ordenó a su criado los subiera a su carro.
Al otro día la gente esperaba impaciente para probar los panes, ya si el caballero más distinguido del lugar los había catalogado como maravillosos, debían serlos. Al poco el tiempo el extranjero vendía normalmente sus panes, nunca faltaban en ninguna mesa.
Poco tiempo después pasó el caballero, el mercader al verlo quizo regalarle todos los panes que ese día había llevado, pero el señor de finos modales se negó, mientras respondía esto: -No me debes nada, por qué a ti un favor no te he hecho, sino he pagado una deuda que debía hace mucho tiempo, cuando el que estaba parado en esa esquina era yo. Así se retiró sin mas.
Quedo el mercader en la esquina, sabiendo que algún día su deuda tendría oportunidad de saldar.
Más importante que saber aprovechar,
es las oportunidades saber dar.