Hacía mucho que no fumaba, pero sin saber por que, había comprado un atado y un encendedor, mis manos como si nunca hubieran olvidado el movimiento lo abrieron en segundos, y poco después estaba fumando, como siempre lo hice, como me gusta hacerlo, apoyando toda la mano en mi cara, mientras que justo en el medio de la misma y a penas sostenido por la intersección de mis dedos, la lumbre bailaba erráticamente.
Ahí estaba en el medio de la nada, esperando que arranque ese viejo micro, en una noche donde las estrellas no fueron avisadas y solo unas pocas habían venido, se podía ver a través de las ventanillas los aislados pasajeros durmiendo.
Mientras miraba el colectivo que me había traído, sentí que ya no era el mismo o yo quizás, no podía volver a subir, ya no era mi viaje, las letras de mi pasaje ya no eran mi destino. Así que me despedí del chofer y me fui.
Pase por el improvisado bar del pueblo por una copa vino, había olvidado mi bufanda, mi cuello echaba de menos el calor de su abrazo. Había que esperar al amanecer, cuando partiera otro micro, uno que vuelva, sabía exactamente donde debía estar.
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