No podría decir a ciencia cierta cuanto tiempo hace que estoy caminando, los días se me convirtieron en noches y las noches se funden con las luces, todo es igual, solo el horizonte veo temblar bajo el mirada del sol. Mis pies se hunden, y siento como miles de manos tiran de ellos cuando quiero sacarlos para dar otro paso, cada paso lo pago con tiempo, con el único tiempo que tengo.
Poco me acuerdo de antes de estar caminando, son como recuerdos de otra vida que me asaltan por instantes, un accidente, un imprevisto, puedo ver la cara de susto de la gente, que supongo también era la mía, puedo ver la ansiedad, que se mezclan con sonrisas de otra parte de mi vida, entre las caras borrosas veo a alguien más, alguien que está en el fondo y me mira, con una tranquilidad que no es propia del entorno, cuando quiero fijar la vista, vuelvo a la arena, al desierto, a la monotonía de mis pasos.
Como harán en las películas para encontrar los oasis, si en mi viaje no encontré ni una palmera donde apoyarme, solo arena, es como estar en el espacio, no hay donde ir, no hay donde escapar. Se que estos son mis últimos pasos, las fuerzas quedaron varios metros detrás, y cada vez la arena me parece un mejor lugar donde descansar.
Decidí acostarme, y pasar los últimos minutos de cara al cielo con los brazos abiertos como si quisiera abrazarlo. De repente a través de mis párpados cerrados sentí como se obscureció el día, ¿Cómo podría ser que el medio del desierto algo me haya tapado el sol? Salí de la ensoñación y vi los más bellos ojos que nunca había visto, si tuviera que describirla diría sin miedo a equivocarme que era una Divinidad, que se había escapado de algún cielo lejano, envuelta en telas de colores que jugaban con el aire, su cuerpo y la arena. Me invitó a pararme, y milagrosamente no me dolía nada, no había cansancio todo era felicidad, me hizo seguirla, caminamos hasta que un oasis nos recibió, era increíble, de agua transparente con palmeras que recortaban el sol regalando el descanso de la sombra. Después de tomar unos buenos tragos, unos chapuzones y descansar un poco, me miró y me preguntó: ¿No nos vimos antes?
En ese momento me asalto el recuerdo nuevamente, entre todas las caras e imágenes que se me presentaban, esa figura que se encontraba en el fondo era ella.
Volví a la realidad, pero a otra, estaba en un hospital rodeado de gente que no conocía, escuchaba voces que no entendía, se acercó un hombre entrado en edad, al que el resto miraba con respeto, hablando mi idioma aunque con un extraño acento, me dijo: Tuvo suerte, nadie sobrevive tanto tiempo en el desierto, encima sin agua, supongo que son esas cosas que no se explican con palabras, por cierto, cuando llegó acá, estaba sosteniendo esta tela de bellísimo color.
La reconocí enseguida, era una de las telas en las que ella estaba envuelta, cuando el anciano me la pasó, la tomé en mis manos y un hermoso calor recorrió mi cuerpo, mientras pensaba: gracias, nunca te olvidaré.
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